domingo, 7 de diciembre de 2014

¿Qué comían los tiranos?


En esta época de apasionados por la gastronomía, de sibaritas y de lo gourmet, nos pusimos en la tarea de someter al escrutinio culinario a algunos de los más infames tiranos del siglo XX.
Sin ninguna intención de mitigar sus crímenes humanizándolos, quisimos rebajarlos a la talla humana: la línea entre hombre y monstruo puede ser muy fina.


A pesar de que debimos concluir que no se le puede atribuir a ningún alimento o ninguna constitución física el que alguien hacer el mal o sufra de delirios de grandeza, sí detectamos señales de algunos patrones.

Grasa de cerdo y sardinas
A medida que varios de estos hombres envejecían, se tornaban más y más obsesivos con la pureza de lo que comían.

El norcoreano Kim Il-sung ordenó que todos sus granos de arroz fueran seleccionados individualmente y creó un instituto cuyo único propósito era encontrar la manera de prolongar su vida.

El jefe del partido Comunista de Rumania Nicolae Ceausescu irritaba a los homólogos a los que visitaba pues llegaba con toda su comida; a Tito, el líder de la vecina Yugoslavia, le sorprendió su insistencia en tomar jugos de vegetales crudos con un pitillo, mientras rechazaba cualquier alimento sólido.

La vasta mayoría de nuestros dictadores eran de origen humilde, lo que significaba que sus platos favoritos distaban mucho de ser del estilo de El Cordón Azul.

Aunque era espléndido cuando recibía a la realeza y a estrellas de teatro y cine, lo que le fascinaba comer a Tito era un pedazo de grasa de cerdo caliente.

Cuando estaba en casa, la debilidad de Ceausescu era un estofado hecho con un pollo entero... patas, pico y demás.

El piadosamente católico Antonio Salazar de Portugal adoraba las sardinas, que le recordaban de su infancia, cuando tenía que compartir una sola sardina con su hermano.

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